jueves, 15 de noviembre de 2018

Premio Nacional de las Letras 2018

Francisca Aguirre  (1930) ha sido galardonada con el Premio Nacional de las Letras 2018. El jurado destacó cómo su poesía, la "más machadiana" de la generación de los 50, está situada entre la conciencia y la memoria. 
El premio, concedido por el Ministerio de Cultura y Deporte, está dotado con 40.000 euros y distingue el conjunto de la labor literaria, en cualquiera de las lenguas españolas, de un autor español, cuya obra esté considerada como parte integrante del conjunto de la literatura española actual. 
Su primer poemario "Ítaca" obtuvo el premio de poesía Leopoldo Panero. Ganó el Premio Nacional de Poesía en 2011 con su poemario Historia de una anatomía (2010), libro con el que también obtuvo el Miguel Hernández 2010.
Además, es autora de los libros de poemas Ensayo General (Premio Esquío 1995), Pavana del desasosiego (Premio María Isabel Fernández Simal 1998) o Ensayo General. Poesía completa 1966-2000, entre otras destacadas obras. 
Hace tiempo
Recuerdo que una vez, cuando era niña,
me pareció que el mundo era un desierto.
Los pájaros nos habían abandonado para siempre:
las estrellas no tenían sentido,
y el mar no estaba ya en su sitio,
como si todo hubiera sido un sueño equivocado.

Sé que una vez, cuando era niña,
el mundo fue una tumba, un enorme agujero,
un socavón que se tragó a la vida,
un embudo por el que huyó el futuro.

Es cierto que una vez, allá, en la infancia,
oí el silencio como un grito de arena.
Se callaron las almas, los ríos y mis sienes,
se me calló la sangre, como si de improviso,
sin entender por qué, me hubiesen apagado.

Y el mundo ya no estaba, sólo quedaba yo:
un asombro tan triste como la triste muerte,
una extrañeza rara, húmeda, pegajosa.
Y un odio lacerante, una rabia homicida
que, paciente, ascendía hasta el pecho,
llegaba hasta los dientes haciéndolos crujir.

Es verdad, fue hace tiempo, cuando todo empezaba,
cuando el mundo tenía la dimensión de un hombre,
y yo estaba segura de que un día mi padre volvería
y mientras él cantaba ante su caballete
se quedarían quietos los barcos en el puerto
y la luna saldría con su cara de nata.

Pero no volvió nunca.
Sólo quedan sus cuadros,
sus paisajes, sus barcas,
la luz mediterránea que había en sus pinceles
y una niña que espera en un muelle lejano
y una mujer que sabe que los muertos no mueren.



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